Filtros de amor

Hacerse amar o enloquecer en el intento. Ese parece ser el principio de la obsesión amorosa que ha impulsado desde el incio de los tiempos a hechiceras de todas las épocas. Con espíritu pertinaz insisten en desentrañar oscuros secretos milenarios en busca de una receta infalible, capaz de atar al ser amado por toda la eternidad, incluso contra la voluntad de este, si el caso lo amerita.

Los ingredientes necesarios para los filtros amorosos han variado en cada tiempo y región, pero suelen tener en común el ser extraños y de dificil consecución. No obstante, es común encontrar en las recetas gotas de sangre, uñas, pelos, dientes y fluidos corporales, sudor, menstruación, saliva, orina o semen del ser amado o de otro espécimen. Además, durante la Edad Media se incluyeron en la elaboración de dichos potajes amorosos peligrosas plantas como el muérdago, la ortiga, el acónito, la belladona y la mandrágora. Tambien se utilizó la cebolla que, según se decía, tenía propiedades especiales para acrecentar el esperma, obnubilar la razón y magnificar los sentidos. Además, para ligar al ser amado, se consideró impredicible conseguir el favor de la luna, los astros o de los dioses patrones del amor en esa temporada. De igual modo, la preparación del filtro amoroso debía ir acompañada de poéticos cojuros, recitados con tono imperativo y fervosa devoción.

Ejemplo de esto: Con cinco te miro, con cinco te ato, la sangre te bebo, el corazón te arrebato, tan humilde vengas a mí como las suelas de mis zapatos. Arre, borrico, que muy bien te ato; te juro a Dios y a esta cruz que has de andar tras de mí como el alba tras la luz.

Si se deseaba un efecto más certero: Sombra que tienes cabeza como yo, cabellos como yo, cuerpo como yo, te mando a que busques a (nombre del ser amado) y lo traigas a mí y lo obligues a que no pueda comer ni beber ni tener ingún placer hasta que obtenga mi querer. Si me lo traes, te bendeciré y si no lo haces te mandeciré.